La Furia de una Omega. Capítulo 6. Por RaeDMagdon

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 Hola gente bonita muy hermosa tarde, noche o día en donde quiera que estén. Y hoy en este capítulo nuevo les comparto un nuevo capítulo traducido del fic La Furia De Una Omega, esté capítulo los dejará D: ante lo que pasa en casa uwu, espero disfruten el capítulo nuevo nwn.

Nota: Si aún no se han leído la saga entera de La Estrategia de una Omega vayan a nuestro LISTADO.

 Me imagino que este fic ocurre entre el epílogo de La Alfa Perdida, por lo que aún ninguna de las dos se han ido de vacaciones al Mundo de los Espíritus. Asami ya está embarazada de su segundo hijo, pero en realidad aún no se nota mucho, casi nada. (Por eso ella ya no está en celo, ya que está embarazada.)

Sigan a la autora en Ao3 RAEDMAGDON y lean su fanfic, no olvidando dejarle amor nwn

Advertencia: Este fic tiene contenido omegaverse (futanari) para quienes no le guste está temática, puede pasar de largo nwn.

PD: Los fics no son míos, yo solo traduzco por estos lados siempre dando créditos a sus verdaderos fickers, esto lo hago solo de fan para fans :3.





Capítulo 6

 

 

¡Golpe!

 

Korra se incorporó de un salto, las mantas cayeron de su pecho. Su corazón martilleaba y un sudor frío bajaba por su nuca. Examinó la habitación oscura, pero no vio nada fuera de lugar. La pálida luz de la luna que entraba por la ventana solo proyectaba sombras familiares.

 

A su lado, Asami se movió. ―¿Korra? ¿Qué sucede?―

 

―No lo sé aún―. Korra se esforzó por escuchar, pero no atrajó su atención. Solo escuchó el susurro de la brisa afuera.

 

―¿Está segura?― Asami retorció las sábanas entre sus dedos. ―Podría haber jurado que escuché algo―.

 

Korra escuchó de nuevo. Esta vez, escuchó más, el clic del pomo de una puerta girando. Una sonrisa se extendió por su rostro. Alguien anda de puntillas por el pasillo. ―Probablemente esté buscando un bocadillo a medianoche. ¿Sabías que Yasu es lo bastante alta como para alcanzar el pomo de la puerta?―

 

Asami bostezó, deslizándose de nuevo bajo las sábanas y acariciando su almohada. ―Mm. Ella está creciendo tanto. Pero, no tanto para que mamá la vuelva a poner en la cama―.

 

―Sí, sí. Capto esa indirecta―. Korra pasó por encima de Asami, le dio un beso en la frente y luego buscó en el suelo su bata desparramada. Durante el calor del momento, ella y Asami no se habían molestado en poner su ropa en el cesto de antes de acostarse.

 

Una vez que estuvo vestida, Korra fue a revisar a Hiroshi. Dormía plácidamente en su cuna, tranquilo ante la aventura de medianoche de su hermana. Acarició el sedoso mechón de cabello negro sobre su cabeza, luego salió del dormitorio en busca de su hija.

 

Estaba aún más oscuro en el pasillo. Como Korra esperaba, la puerta de Yasuko estaba entreabierta. Caminó de puntillas hacia la habitación, asomando la cabeza dentro. Su pecho se contrajo. La cama estaba vacía, colchas y mantas echadas a un lado. Dos grandes figuras se cernían sobre la cama, vestidas completamente de negro.

 

Ambas figuras giraron y Korra vio que llevaban máscaras. Uno de los intrusos empujó su brazo hacia ella, y una banda de metal se desenrolló de su muñeca, formando una punta afilada y volando directamente hacia su cara.

 

Korra envió el afilado metal golpeando contra la pared con un movimiento de su mano. Corrió a los intrusos, solo un pensamiento pasaba por su cabeza: ¡Yasuko! ¿Dónde está Yasuko?

 

El maestro metal que había atacado primero tomó una postura defensiva, pero apenas tuvo tiempo de prepararse antes de que Korra lo enviara a toda velocidad hacía el armario de Yasuko con una ráfaga de aire. Gruñó, luchando debajo del armario volcado, pero Korra lo ignoró. El otro intruso atacó, obligándola a retroceder de la brillante ráfaga de fuego.

 

Korra se agachó. El calor rozó su cabeza, pero se protegió usando una ráfaga de aire. Los ojos del maestro fuego se agrandaron detrás de su máscara. Le disparó más fuego control, pero Korra las esquivó todas, acercándose para agarrarlo por el cuello. La cara de Korra quedó frente a él, los labios se tensaron dando un gruñido furioso.

 

―Tienes tres segundos para decirme dónde está mi hija. Uno, dos…―

 

Mientras el aterrorizado maestro fuego se movía agitado del agarre de Korra, el maestro metal logró salir debajo del armario. Más hojas de metal volaron hacia ella, y Korra arrojó al maestro fuego a un lado, desviándolos con una serie de rápidos movimientos del brazo. Algunos cayeron al suelo. Otros volaron hacia el maestro metal, inmovilizándolo contra la pared por la camisa.

 

El maestro fuego trató de arrastrarse lejos, pero Korra le dio un pisotón sobre la espalda, atrapándolo contra el suelo. Sus puños cerrados temblaban de rabia y el corazón le latía frenéticamente que podía oírlo. ―Preguntaré una vez más. ¿Dónde está mi hija?―  Miró de un intruso a otro, pero ninguno respondió. Demasiado aterrorizados o demasiado tercos.

 

Antes de que Korra pudiera sacarles la verdad a golpes, otro fuerte estruendo sonó desde la habitación contigua. Ignorando el pasillo por completo, Korra corrió hacia la puerta que conducía de la habitación de Yasuko a la de ellas. Irrumpió en el dormitorio principal para ver tres figuras más vestidas de negro, rodeando la cuna de Hiroshi...

 

¡Y Asami!

 

Asami había saltado de la cama, parada desnuda entre los intrusos y su hijo. Un fuerte llanto vino de la cuna y Korra sintió una oleada de alivio. Al menos Hiroshi no había sido secuestrado ni herido. Aún.

 

―¡Korra!―

 

Las tres figuras enmascaradas giraron la cabeza, ya sea por el grito de Asami o por el ruido sordo de la puerta que golpear contra la pared, pero era todo lo que Asami necesitaba. Golpeó la espalda de uno de ellos que estaba más cerca con unos combos de combante bien practicado. Cayó de rodillas, luego se plantó boca abajo en el suelo, incapaz de mover sus extremidades.

 

Con un rugido furioso, Korra cargó contra los otros dos. El miedo y la ira corría por sus venas, alimentando las gruesas ráfagas de fuego que salían en espiral de su boca y palmas. Vio a su compañera, desnuda y asustada, y escuchó a su cachorro indefenso llorar, y no sintió ni una pizca de vacilación cuando envió a uno de los hombres atravesar la pared. De vuelta al dormitorio abandonado de Yasuko. Con las ropas en llamas.

 

―¡Detrás de ti!―

 

No escuchó el grito de Asami hasta que fue demasiado tarde. El tercer intruso enmascarado le dio dos golpes seco y penetrante detrás de los omóplatos, y sintió que el fuego dentro de ella se apagaba. Todavía estaba allí, fuera de su alcance, pero bloqueado de alguna manera, bloqueado. ¡No!

 

Korra se dio la vuelta, sus brazos se balancearon flacidamente unos segundos detrás de su torso, pero el puño que volaba hacia su rostro no la golpeó. Un antebrazo pálido lo bloqueó, y se echó hacia atrás mientras Asami se lanzaba entre ellos, intercambiando golpes y patadas contra el último asaltante.

 

No le tomó más de unos segundos dejarlo caer. Su cabeza crujió contra la cuna al caer, y la sangre se derramó sobre las tablas que estaba en el suelo, era una herida poco profunda en la cabeza. ―¿Yasuko?― Preguntó Asami.

 

Un abismo vacío se abrió, justo en el medio del pecho de Korra. ―Se fue.―

 

Una mirada de absoluta furia torció el rostro de Asami. ―Quédate con él―, ladró, corriendo desde el dormitorio principal.

 

Korra empezó a seguirla, pero los sollozos entrecortados de Hiroshi la detuvieron antes de que pudiera dar un paso. Corrió hacia la cuna de su hijo, lo levantó y lo acunó contra su pecho. Afortunadamente, ya había recuperado mayormente el uso de sus brazos. Todo ese entrenamiento con Asami en el gimnasio había valido la pena.

 

―Estás bien, estás bien―, susurró, dividida entre mirar a Hiroshi, absorviendo la imagen de su pequeño o  vigilar a los intrusos caídos. Afortunadamente, todos parecían aturdidos, inconscientes o algo peor. Ninguno se movió para escapar.

 

Korra se quedó allí, temblando de terror y alivio a la vez, por lo que pareció una eternidad. Cada momento sin Yasuko, sin Asami, era una agonía, pero no podía dejar a su hijo. Más intrusos podrían venir a buscarlo, y si ella buscaba al resto de su familia, ella lo podría llevar directamente al peligro.

 

Tengo que confiar en Asami. Confiar en que encontrará a nuestra hija. Que ambas estarán bien. Pero con cada minuto que pasaba, esa confianza flaqueaba y el miedo amenazaba con apoderarse.

 

Por fin, escuchó un sonido. Se tensó, pero cuando la puerta se abrió, la vista hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas: Asami, todavía desnuda y pálida a la luz de la luna, con los nudillos raspados y cubiertos de sangre. Aferrada a su pierna estaba Yasuko en camisón, luciendo increíblemente pequeña y vulnerable, con las mejillas manchadas de lágrimas.

 

―¡Yasu!―

 

Korra corrió hacia adelante, le pasó a Hiroshi a Asami y tomó a Yasuko en sus brazos. Abrazó a su hija con fuerza, inhalando el aroma de su cabello de manera agonizante, llorando casi histéricamente.

 

―Mami, demasiado apretada,― gimió Yasuko, luchando por escapar de sus brazos.

 

A regañadientes, Korra la dejó ir. Sostuvo las mejillas húmedas de Yasuko en sus manos, asegurándose a sí misma de que, sí, su hija estaba viva y sana.

 

―Lo siento. Lo siento bebé. Estaba tan asustado por ti...― Ella respiró hondo, tratando de concentrarse. Si se quedaba así, Yasuko solo se asustaría más. ―Está bien. Tú, tu hermano, mamá y mami están a salvo―. Miró a Asami, esperando que su compañera confirmara que ese era el caso.

 

―Los pillé entrando por la puerta de atrás, cerca de la cocina―, dijo Asami. Su voz era plana, distante, como si no hubiera procesado completamente lo que había sucedido. ―Ya no serán un problema―.

 

Korra decidió no preguntar qué quería decir Asami con eso. Honestamente, no le importaba, como tampoco le importaba el hombre al que había arrojado a través de la pared. ―Llamemos a la policía,― dijo, tirando de Yasuko a sus brazos antes de ponerse de pie. ―Lin y su gente pueden interrogarlos. Descubrirá para quién están trabajando―.

 

Asami miró a los otros intrusos caídos. ―No los ataste―.

 

Korra parpadeó. Había estado tan concentrada en Hiroshi que ni siquiera había pensado en hacerlo. Su garganta seca y su rostro ardió de vergüenza y rabia, rabia consigo misma. Soy el Avatar. He derribado amenazas mucho más peligrosas que estos matones. Se supone que soy una experta, entonces, ¿por qué olvidé todo lo que sé?

 

Ella sabía la respuesta. Porque ninguno de sus otros enemigos había amenazado a sus hijos antes. Al menos, no tan directamente. Kuvira lo había hecho, pero nunca había estado a centímetros de arrebatarle los cachorros de las manos. Lastimarlos. Matarlos… No. Están bien. Yasu y Hiro están bien. Asami también está bien. Dejó a Yasuko en el suelo, empujándola suavemente hacia Asami e hizo su trabajo.

 

Rápida y silenciosamente, fue al cajón junto a la cama y recuperó unpos finos cordones de seda que guardaba allí. Ella nunca podría usarlos para atar a Asami a la cama nuevamente después de esto, y ese pensamiento extraño, completamente irrelevante se quedó con ella mientras ataba las manos de los intrusos aturdidos e inconscientes detrás de sus espaldas, tirándolos sin demasiada suavidad al baño.

 

Resultó que no era necesario atar la tercera figura. No respiraba, y su cuello estaba doblado en un ángulo extraño, definitivamente desde que Korra lo había estrellado contra la pared. Korra ya se estaba mentalizando, esperando que llegara una oleada de tristeza y culpa, pero no fue así. Se sintió extrañamente entumecida mientras llevaba su cuerpo al baño con los demás.

 

Finge que está inconsciente. No dejes que Yasuko sepa que mataste a alguien en su habitación.

 

Una vez que llevó a los cuatro restantes, incluidos a los dos en la habitación de Yasuko, cerró la puerta y apoyó la cuna de Hiroshi contra ella, en caso de que algunos de ellos se recuperara para desartarse de los cordones e intentar escapar. Se volvió para ver a Asami poniéndose ropa nueva, aunque no había hecho nada para limpiarse la sangre de las manos.

 

¿Ella también mató a alguien? ¿A cuantos mataría?

 

Korra no se atrevió a preguntar. ―Iré a tu oficina y llamaré―, dijo en su lugar.

 

Asami asintió en silencio.

 

―¡Mami, no te vayas!― Yasuko corrió hacia ella, rodeando su cintura con ambos brazos y aferrándose como si su vida dependiera de ello.

 

Korra puso una mano sobre la cabeza de Yasuko, tratando de ofrecerle consuelo. Esto es mi culpa. Vinieron por mis hijos por mi culpa.

 

―Iremos todos juntos a la oficina―, dijo Asami, con el mismo tono monótono. Se dirigió a la puerta, todavía llevando a Hiroshi en sus brazos. Korra tomó la mano de Yasuko y la siguió. Era tan pequeña entre la suya, y tembló cuando entraron al pasillo.

 

Los siguientes minutos se volvieron borrosos.

 

Asami fue quien marcó, pronunciando palabras que Korra no podía recordar al teléfono. Regresaron al dormitorio, poniéndose silenciosamente sus batas para algo extra de calidez y protección. Korra notó que las manos de Asami todavía tenían sangre en ellas mientras hacían el nudo en su cintura.

 

Los autos de la policía se detuvieron en el camino de grava de la mansión, las luces parpadeaban, pero sin sirenas. Korra estaba agradecida por eso. Hiroshi ya estaba inquieto por haber sido despertado en medio de la noche, y Yasuko obviamente todavía estaba asustada.

 

Lin Beifong entró a la habitación minutos después, haciendo una serie de preguntas rápidas, pero Korra apenas podía concentrarse cuando Asami las respondió. Su conciencia solo se agudizó por un breve momento, cuando un par de médicos sacaron una camilla del baño con un cuerpo encima.

 

―¿Korra?―

 

Le tomó un momento darse cuenta de quién había hablado: Lin, que seguía mirándola expectante. Ella se sacudió. ¿Qué está mal conmigo? He pasado por cosas más traumáticas que esta.

 

Pero tus cachorros no han pasado por eso, dijo otra voz. Cuando Asami y tus amigos estaban en peligro, eran adultos. Al menos podrían defenderse. Pero Yasu y Hiro son tan pequeños. Indefensos. Si hubieras sido un segundo más lenta ...

 

―Lo siento, Lin. ¿Qué?―

 

―¿Los intrusos dijeron algo? ¿Alguna pista sobre quién los envió o por qué te atacaron?―

 

Ella sacudió su cabeza. ―No. Nada.―

 

―Sé quién los envió―, dijo Asami. La emoción finalmente había regresado a su voz, pero había demasiada. Cada palabra crepitaba, y sus ardientes ojos verdes emitían llams. ―No es coincidencia que Korra hablara con Kuvira esta mañana, y esta noche, alguien intentó llevarse a nuestros cachorros―.

 

―Yo tampoco creo en las coincidencias―. Lin cerró la pequeña libreta que había estado sosteniendo, metiéndolo en su uniforme. ―Yo misma interrogaré a Kuvira, tan pronto como llevé a estos matones a una celda. ¿Ustedes cuatro quieren venir a la estación? Podemos ponerlas al tanto tan pronto como tengamos más información, y mis oficiales garantizarán que nadie más intente lastimar a sus hijos esta noche―.

 

Korra miró a Asami, quien asintió con seriedad. ―Sí. Gracias, Lin―.

 

―¿Escuchaste eso, Yasu?― Dijo Korra, arrodillándose a la altura de la cachorro y forzando una alegría extra en su voz. ―Nos quedaremos con la tía Lin en el trabajo. ¿No será divertido?―

 

Yasuko resopló, pero ofreció una débil sonrisa. ―Bueno. ¿Puedo hacer como las sirenas?―

 

Korra no pudo resistirse a abrazarla de nuevo. ―Claro, Yasu. Todo lo que quieras.―




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